Algún día de la ultima semana de octubre
me desperté en la mañana. Una mañana de lo más normal: El frío detestable y la pereza matutina que nunca dejará de existir en un ser humano.
Me alisté y tomé el micro, uno de esos modernos que tienen las dos puertas automáticas así todo bravazo. Estaba lleno, por desgracia. Estaba con los audífonos puestos y no escuchaba nada de lo que sucedía en el micro. A la mitad del camino, me quité los audífonos, para nada, simplemente para apreciar por un momento lo que esta sucediendo allá afuera, fuera de mi mundo musical. Bueno, la cosa es que al sacarme los audífonos, había un pleno silencio, un silencio incorruptible, uno eterno, esos de los que te dan nervios por la falta de acústica en el sonido, en ese momento sentí que me hablaba el sonido. Me decía que todos eran extranjeros de aquel lugar y que la indiferencia mutua engendraba a esta clase de silencio, donde murió el sonido.
Las miradas de cada una de las personas en el micro, de los que estaban sentados, de los parados, de los que iban a trabajar, de los escolares, de los que van a ver si lo aceptaron en un nuevo trabajo…todas, absolutamente todas las miradas, no tenían establecido un punto en el espacio, todas las miradas en el vacío, como aquellas veces en que uno se queda largo rato mirando fijamente un espacio y la verdad es que estamos perdidos en nuestros pensamientos, realizando planes, concluyendo problemas, creando dudas, etcétera.
En fin, y llegué a la conclusión que ese momento debería de ser apreciado.
Domingo 1ro de Noviembre
Hoy hubo sangre en el Olimpo, mataron al sol a eso de las seis de la tarde, después de la tragedia vi cómo la ciudad compartía también en estado del cielo, fue una tarde vestida en sangre.
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